Libertad
de expresión y violencia
Para
mi amigo y hermano Alejandro Hernández Pacheco y su hermosa familia, a quienes
la violencia en nuestro país los convirtió en víctimas y los convirtió no sólo
en desplazados de La Laguna, sino en asilados políticos en Estados Unidos, y a
cuyos amigos nos ha privado de poder abrazar físicamente, pero jamás nos
arrancarán el cariño y el afecto de siempre.
Julián Parra Ibarra
Aunque dependiendo de cada país
se conmemora en fechas diferentes, el Día de la Libertad de Expresión en
nuestro país se ‘festeja’ –si es que hubiere motivos para ello- el 7 de junio,
justo este sábado, y este hecho para quienes vivimos del y para el periodismo,
nos mueve y lleva a hacer una reflexión de lo que la fecha y todo lo que está
en su derredor, significa.
Señalado como un derecho en el
Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, y en
los Artículos 6° y 7° de la Constitución mexicana, y de ahí se ha derivado la
Libertad de Imprenta o Libertad de Prensa.
En nuestro país quedó oficialmente instituido a partir del 7 de junio de
1951, por el presidente Miguel Alemán.
A partir de 1976, el presidente Luis Echeverría Álvarez
creó e instituyó el Premio Nacional de Periodismo, y luego sucesivamente la
mayor parte de los estados fueron adoptando y adaptando cada uno sus
particulares ‘Premios Estatales de Periodismo.
Irónicamente, en la tierra de
Francisco Zarco, Durango, no existe un evento de este tipo promovido por el
Gobierno. Por iniciativa del ex diputado Sergio Uribe Rodríguez, se acaba de
crear el Premio Estatal de Periodismo, pero convocado por el Congreso del
Estado, y cuya convocatoria de esta primera edición fue casi de manera
selectiva y su difusión sensiblemente restringida y acotada, además de su
participación es limitativa ya que los trabajos se recibieron sólo en la
Oficialía Mayor del Congreso, en Durango capital.
Los integrantes de la actual
legislatura no se molestaron en adecuar las bases para el premio, y lo dejaron
tal cual lo promovió Uribe Rodríguez y lo aprobó la anterior legislatura, y de
hecho su convocatoria fue casi en silencio, no fuera a ser que algún crítico
del gobierno se pudiera colar entre los participantes.
Zarco se volvería a morir de la
vergüenza de ver la forma cómo en Durango el gobernador está convertido en un
Virrey y los integrantes de los otros poderes así como del nivel de gobierno inmediato
inferior, son sus súbditos; y la casi absoluta connivencia de los medios, controlados
la mayoría a través de los presupuestos publicitarios, que en la entidad se
ejercen a contentillo, para favorecer más a quienes más aplauden, y nada a
quienes critican al Gobernador.
El ejercicio de la labor
periodística durante muchos años entrañó un enorme riesgo para quienes laboraban
el oficio más bello del mundo –como lo describiera Gabriel García Márquez-. La
principal amenaza provenía del gobierno que aplicaba una censura que iba desde
el retiro de la publicidad para los medios cuyos periodistas eran críticos,
desde la solicitud de despido de esos periodistas, e incluso hasta su
desaparición y asesinato.
En su libro Manual para un
Nuevo Periodismo, Raymundo Rivapalacio escribe que durante muchos años, “la
prensa estaba al servicio centralista del poder del Estado, que tenía un sistema
de premios y castigos que operaban en realidad como un mecanismo disciplinario
para favorecer la publicación de noticias oficiales”.
Luego llegó el sexenio de
Ernesto Zedillo donde, de acuerdo con Rivapalacio, “terminaron de desaparecer
los controles institucionales sobre los medios y se entró en procesos de
negociación entre el poder y los gobernantes y el poder y los medios”. Luego
vendría el de Vicente Fox en el que, “la actitud laxa, desenfadada y poco
cuidadosa en sus palabras y mensaje presidencial dieron comienzo a una era de
golpeteo permanente sobre la autoridad que se extendió al sexenio de Felipe
Calderón, en el que los medios giraron sus jerarquías de la información general
a la policiaca, y al final fueron rebasados por el fenómeno emergente de las
redes sociales”.
Al periodo definido por el
escritor y periodista Héctor Aguilar Camín como el de la ‘borrachera
democrática’, sobrevino quizá la peor época para el periodismo en nuestro país
en los tiempos modernos: sustraído el gobierno de su obligación y
responsabilidad de garantizar el libre ejercicio del periodismo, los grupos de
la delincuencia organizada en la mayoría del territorio nacional impusieron con
la fuerza de las armas la ley del ‘plata o plomo’.
En muchas zonas del país, los
grupos delincuenciales conformaron su propio ‘equipo de comunicación’ que
funcionaron como jefes de redacción: imponían qué notas sí y cuáles no se
publicaran en los diarios o se difundieron en radio y televisión, qué imágenes
incluir y el tratamiento que se les debía dar a cada nota ‘autorizada’.
La prevalencia de la llamada
‘Guerra contra el narco’ provocó que México se convirtiera en el país con el
más alto riesgo para ejercer el periodismo sin ser un país formalmente en
guerra. Al menos un centenar de periodistas fueron asesinados, y una treintena
desaparecidos en los años recientes, la mayoría de los casos permanecen en
absoluta impunidad, y algunos de ellos ‘resueltos’ de manera artificial para
amainar los embates de los medios y la sociedad. Dos ejemplos: Eliseo Barrón
Hernández en la Comarca Lagunera, y Regina Martínez en Veracruz.
En estados o regiones donde la
violencia se ha recrudecido, la ley de ‘plata o plomo’ sigue prevaleciendo, y
hubo casos como el Diario de Juárez que dolido y desesperado por los ataques a
su medio y el asesinato de sus periodistas, ahondados por la inmovilidad y
falta de respuesta del Gobierno, lanzó en medio de su soledad y terror, un
angustioso grito a los grupos delincuenciales: que no sabían qué era lo que les
molestaba, que les dijeran qué era lo que querían que se publicara, porque ya
no querían seguir sufriendo más muertes.
En otras donde la violencia ha
venido amainando sin embargo, las heridas se mantienen a flor de piel y pocos o
nadie se quiere arriesgar a provocar la ira de los grupos delincuenciales,
porque ya está debidamente probado que de parte de las autoridades no se
recibirá ningún tipo de protección y prefieren tamizar la información que se
genera en el tema de la violencia y la inseguridad.
En los peores momentos los
periodistas hemos tenido que caminar solos, andado caminos sinuosos armados
hasta los dientes con una libreta, una grabadora y quizá una cámara
fotográfica. Es, diría hace tres décadas Lorenzo Meyer, la lucha de la espada
contra la pluma, pero en un ‘mano a mano’, la espada suele ser en todos los
casos más implacable que la pluma.
En este 7 de junio ‘Día de la
Libertad de Expresión’, cada uno lo festejará, lo conmemorará, lo recordará, lo
vivirá, lo añorará o lo reflexionará, según sus propias vivencias y
experiencias.
Twitter:
@JulianParraIba
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