El reino de
la impunidad
Julián
Parra Ibarra
La
corrupción y la violencia, coincide la gran mayoría en este país, son los
grandes males que nos aquejan a todos, y cuyo crecimiento exponencial en los
años más recientes ha impedido que México tenga el crecimiento que debiera
tener de acuerdo al esfuerzo de sus habitantes que son de los que más horas
dedican al trabajo en el mundo.
Es
cierto que esos dos son quizá los dos flagelos que más han golpeado a nuestro
querido México, pero desde mi muy particular punto de vista, ambos, violencia y
corrupción, no digo que estuvieran desaparecidos, pero sí al menos disminuido
sus altísimos índices, si no existiera la impunidad, que es la que alienta a
cometer cualquier tipo de delitos, sabedores de que en México son muy pocos los
culpables que reciben un castigo. La impunidad es pues, el resorte que impulsa
a ser corruptos y/o violentos.
Y
ello nos lleva a ser testigos de los casos más inverosímiles, de los más
diferentes ámbitos:
Que
gobernadores saqueen al estado que ellos dicen que gobernaron; que desaparezcan
43 estudiantes -pero muchos miles de personas más son asesinadas o ejecutadas-;
que por calles, pueblos o colonias transite un camión refrigerado atestado de
cadáveres; que se linche o quemen vivas a personas inocentes solo porque
alguien dijo que era un ‘robachicos’.
O que
habitantes de una misma ciudad en la que seguramente se han cruzado al menos en
una ocasión, coincidido en algún espectáculo, restaurante o paseo público, se
enfrenten de manera tan brutal y bestial hasta llegar al límite del intento de
homicidio solo porque le ‘van’ a equipos de futbol diferentes, aunque sean de una
misma comunidad.
O que
como troglodita un ‘empresario’ golpee de manera tan bestial a un vendedor de
nieves, por que cometió el ‘gravísimo delito’ de instalar su vendimia en la
misma acera que el restaurante de aquél, aunque no en la banqueta del negocio,
mientras que su acompañante y ‘socia’ participa verbalmente en el ataque, pero
blandiendo en todo momento un bate de beisbol de manera amenazante.
Mientras
no haya castigos verdaderos y ejemplares a los responsables de estos y muchos
otros delitos, México seguirá siendo el reino de la impunidad, y ante ello,
difícilmente podremos vencer a los monstruos de la violencia y la corrupción.
El que en la comisión de delitos en nuestro país en su mayoría se queden sin
castigo, es un aliciente a seguir delinquiendo.
En el
mundillo de la política, por ejemplo, el pan nuestro de cada día es la
exhibición mediática de personajes que han incurrido en millonarios desvíos, la
danza y cifras de los millones son tan insultantes para el resto de la
población, pero al final del día, a nadie se sanciona, a nadie se castiga y eso
resulta todavía más frustrante para los ciudadanos.
Los
políticos utilizan y litigan a través de los medios. Destapan y descubren las
peores tramas de corrupción, de contubernios, de desvío de fondos –aun los que
se suponía estaban destinados a apoyar a los damnificados de los sismos del año
pasado-, pero cuando en las cúpulas de los partidos o de los grupos llegan a
acuerdos, todos dejan de hablar sobre el tema, y le apuestan al olvido y a la
corta memoria que tenemos los mexicanos.
Así,
hemos visto cómo los trabajos periodísticos han alcanzado premios y
reconocimientos internacionales, como los del portal ‘Animal Político’ en los
casos de la Casa Blanca y la Estafa Maestra ¿Y a cuántos responsables de esos
hechos conoce usted que estén ya no encarcelados, sino siendo procesados? ¿Y del caso de sobornos de Odebrecht?
En
cambio, nos enteramos que le reclasifican los delitos a Javier Duarte para acercarlo
a la liberación, o que no le dan la celeridad que corresponde a las solicitudes
de extradición del otro Duarte, de César, el de Chihuahua; que liberan a ‘La
Maestra’, que hacen legisladores a gente como ‘Napito’ acusado de desaparecer
más de 50 millones de dólares de los trabajadores mineros mexicanos, o a
Nestora acusada de secuestradora.
Y
todavía hay quien se pregunta por qué en los mexicanos hay un ‘mal humor
social’.
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