Las
sillas
Julián Parra Ibarra
En diciembre
de 1914 cuando Zapata y Villa llegaron juntos a la ciudad de México, al
ingresar al Palacio Nacional, el Centauro del Norte invitó al Caudillo del Sur
a sentarse en la silla presidencial nadamás ‘para ver que se siente’.
Aunque Villa
sí lo hizo e incluso se tomaron una fotografía juntos con él sentado en la
‘silla presidencial’, Emiliano Zapata declinó la invitación, arguyendo que esa
silla estaba embrujada, porque a los hombres buenos que se sentaban en ella,
los volvía malos. Incluso sugirió quemarla ‘para evitar tentaciones’.
No sé qué tan
cierto o real haya sido el vaticinio de Zapata, pero al no quemar esa silla
presidencial, pareciera que no sólo no se extinguió, sino que se multiplicó con
su tentación y maldición en muchos estados de la República, e incluso en
muchísimos municipios más de todas las entidades del país.
La que en
otros momentos era una alta responsabilidad al convertirse en Gobernador de
cualquiera de los estados de México, era un verdadero honor, y a quien ocupaba
esa posición era en la mayoría de los casos era una figura respetada, y
respetable.
De un tiempo
a la fecha parece que sucediera todo lo contrario: que quienes ocupan la silla
principal en cada Estado, la mayoría de las veces termina su mandato
desacreditado, vilipendiado, defenestrado en el mejor de los casos. En el peor
de ellos señalados por corrupción, desvío de recursos, delincuencia organizada,
lavado de dinero, por realizar operaciones con recursos de procedencia ilícita
y hasta por tener nexos con el narco.
Pareciera que
hoy convertirse en Gobernador es un descrédito que se agudiza e intensifica una
vez que se entra al último año de la administración y que va creciendo conforme
llega el cambio de gobierno, y se potencializa tras la asunción del nuevo
mandatario, sobre todo si éste es de Oposición.
Personajes
verdaderamente desequilibrados emocionalmente –no todos, por cierto, hay
excepciones aunque parece que cada vez las menos-, parece que han tenido en sus
mandatos como objetivo primordial desacreditar las figuras de los mandatarios
estatales, y lo peor es que lo han logrado de manera exitosa.
Resultan
verdaderamente increíbles las acciones emprendidas por Javier Duarte de Ochoa
en Veracruz, donde no se llevó el mar porque no había en qué llevárselo ni
donde guardarlo para trasladarlo y construir su propia playa; que si no, júrelo
que ese estado ya no tendría más playas, ni mar, ni nada que se le relacione. Pero
sí pudo, por ejemplo, cargar con las camas de algunas habitaciones de la Casa
de Gobierno, y en las que no se las llevó, al menos las dejó sin colchas,
sábanas, fundas y almohadas, las dejó en los puros colchones.
Pero
pareciera que cada día se van sumando más y más nombres de hombres –al parecer-
buenos que se sentaron en esas sillas y se volvieron malos, locos.
Desgraciadamente hoy la lista no sólo parece interminable, sino que el
pronóstico es que se seguirá engrosando.
Los ´líderes’
de la lista negra de los ex gobernadores la encabezan sin lugar a dudas los
Duartes, Javier el jarocho, y César el chihuahuense; Guillermo Padrés el
sonorense; Roberto Borges el quintanarroense; los tamaulipecos Egidio Torre
Cantú –el angelito pareció con una mansión valuada en 340 millones de pesos-,
Eugenio Hernández Flores y Tomás Yarrington; los duranguenses Ismael Hernández
Deras y Jorge Herrera Caldera; el neoleonés Rodrigo Medina Cruz; los
coahuilenses Humberto Moreira y Jorge Torres López.
De éstos,
solo por Yarrington y Duarte de Ochoa hasta el momento la PGR ofrece recompensa
de 15 millones de pesos a quien aporte información que lleve a su captura. Y,
de ellos, el único que está amparado es Herrera Caldera. Pero parece que muy
pronto estarán inscritos el oaxaqueño Gabino Cué y el poblano Rafael Moreno
Valle. ¿Cuántos más se incluirán en esa lista en fechas próximas?
Poco más de
un siglo después de que Emiliano Zapata lo dijera posiblemente en son de broma,
pero en los hechos pareciera que sí, que a muchos hombres aparentemente buenos
los ha vuelto malos. Pero de que algo tienen esas sillas, algo tienen, porque
encima de todo hay una multitud que quiere pasar a ocuparlas. Sí. Algo tienen
esas sillas. Algo deben tener.
@JulianParraIba
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