Desaprender
Julián Parra Ibarra
Durante los
años de la gran violencia en nuestra entidad y en la Comarca Lagunera, muchas
cosas cambiaron en la vida de muchos, por no decir que de todos. Aprendimos un
nuevo lenguaje que tenía que ver con los tiempos que se vivieron. Aprendimos a
sumar, muertos, decapitados, cuerpos desmembrados, y aprendimos a restar
personas que fueron desaparecidos o que perdieron la vida.
Los tiempos
nos enseñaron casi a quitarles el rostro, el nombre, y a olvidarnos de que se
trataba de personas, de seres humanos, que tenían familia que tras su
desaparición o muerte, quedaban destrozados. Aprendimos a ponerles números en
vez de sus nombres, aprendimos a que las cifras cada día crecían, porque un día
solía ser más violento que el anterior, cada semana era más violenta que la
anterior, cada mes era más violento que el anterior, y cada año era más
violento que el anterior.
Si bien es
cierto que nuestro estado y nuestra Comarca lograron una pacificación –no al
ciento por ciento, como la teníamos antes, pero mucho menos violenta que en
muchas partes del país-, hay estados o regiones que siguen sumidas en esa
vorágine que parece no tener fin.
En los días
recientes, usted debe saberlo porque ocupó espacios principales en noticieros
de televisión, radio y periódicos de los llamados ‘nacionales’, en la Ciudad de
México un joven chihuahuense, Norberto Ronquillo, fue secuestrado y su cuerpo
encontrado varios días después en un paraje de Xochimilco, a pesar de que la
familia había pagado su rescate.
La
impresionante entereza, fuerza y fe de su madre, fueron un detonante que me
parece que alcanzó a sacudir la conciencia de muchísima gente en nuestro país.
Ojalá que la muerte de este chico que estaba a punto de graduarse no sea en
vano. Ojalá que a partir de su caso –como muchos que ha habido y hay en estos
momentos-, nos sensibilice al grado que lo que aprendimos en los años de la
gran violencia, lo empecemos a desaprender.
Ojalá
desaprendamos a decir, este es el caso número tal, el asesinato número tal, y
entendamos que se llamaba Norberto, que tenía 22 años y una gran familia que
había fincado en él todos sus sueños, todas sus ilusiones de verlo
profesionista y triunfador.
Lo dijo su
madre y debemos tomar nota de ello, esto no es sólo cuestión de autoridades,
como sociedad, como padres de familia, tenemos qué aportar lo que haya que
poner para que casos como este no se vuelvan a repetir jamás. Y no, no es el
ejecutado ‘cuatrocientos y tantos’. Era un joven lleno de ilusiones con nombre
y apellido: Norberto Ronquillo. Descansa en paz Norberto.
@JulianParraIba
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