Carretera
de dos vías
Julián Parra Ibarra
Todos los gobernantes -independientemente de colores, de
siglas, de partidos, de ideologías- tienen que estar, siempre, bajo el
escrutinio de los ciudadanos, que tienen todo el derecho de exigir el cumplimiento
de su responsabilidad, promesas, compromisos a quien están al frente del
gobierno cualquiera que sea este su nivel, pero por encima de todo el
cumplimiento de la Ley que juramentaron guardar y hacer guardar cuando
asumieron en el cargo, ‘y si no que el pueblo me lo demande’.
Las exigencias pueden variar de tono, depende quien las
haga, pueden ser desde las cordiales hasta las enérgicas, aunque siempre deben
ser –por muy fuertes y firmes que sean- con un mínimo de respeto por la
investidura que representa el gobernante del que se trate. Podemos o no estar
de acuerdo con su forma de hacer las cosas, seamos o no simpatizantes de su
ideología, sus colores, sus siglas o los partidos que los llevaron al poder,
pero siempre debe prevalecer un mínimo de respeto si usted quiere no por la
persona, pero sí por lo que representa.
Además, el respeto es una carretera de dos vías, de ida y
vuelta; quien no respeta, corre el riesgo –y hasta se pude decir que tiene
ganado el derecho- de no ser respetado.
La moda sexenal de que el presidente vaya por las
entidades del país –y perdón por la expresión, pero así es en términos reales-
‘pendejeando’ a los gobernadores, es una pésima práctica, y que parece que ya
provocó que se derramara el vaso, tras lo ocurrido en Gómez Palacio el pasado
domingo con el mandatario José Rosas Aispuro Torres, quien ante los insultos,
agresiones, abucheos, rechiflas y mentadas que le dedicó ‘el pueblo bueno’,
reaccionó encarando a sus agresores.
El asunto agarró más fuerza porque el Presidente en una
‘asamblea a mano alzada’ decretó la cancelación del proyecto del Metrobús en La
Laguna de Durango, pese a que el 28 de diciembre en el Teatro Nazas de Torreón
dijo textualmente: “y, se le va a dar continuidad a la obra del Metrobús, de aquí
de Coahuila, vamos a que no sólo incluya Coahuila, Torreón, sino que se amplíe
a Gómez Palacio, y a Lerdo, ya se está contemplando para esto una inversión, y es mi compromiso de 474 millones
de pesos”.
En la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago)
tomaron nota de la forma en que fue tratado el gobernador duranguense; los
distintos sectores productivos de La Laguna reaccionaron por el trato del que
fue objeto Durango, su gobernador, y su gente. Pero no sólo en La Laguna, en
todo Coahuila se levantaron voces de protesta por esa forma en que en los
eventos a los que va el presidente, se trata a los gobernadores.
Miguel Ángel Riquelme, fue quizá uno de los que primero
levantó la voz, y dijo que por Coahuila aguantaba, pero que todo tiene un
límite, y pintó su raya: que en las próximas –si las hay- visitas del
presidente a la entidad, si no hay obras de beneficio para Coahuila, él no va a
asistir, que irá al aeropuerto a darle la bienvenida, y hasta ahí. No más
asistencias a eventos a los que como mandatarios, vayan a ser ‘pendejeados’.
Otros gobernadores ya también levantaron la voz y se
pronunciaron igualmente en ese sentido, de que no asistir más a eventos en los
que son tratados como ‘el pendejo de la feria’.
Cuando el presidente norteamericano Donald Trump levantó
su lengua amenazadora de imponer aranceles a todos los productos mexicanos que
crucen la frontera hacia Estados Unidos, el presidente no sólo pidió, lo tuvo -como
debe ser-, el apoyo y respaldo de todos los gobernadores indistintamente del partido
al que pertenezcan, de los diferentes sectores productivos de la sociedad. Todo
mundo cerró filas –hasta el remedo de oposición que tenemos en este momento en
nuestro país- en torno a la figura presidencial, más allá de comulgar o no con
sus ideas, más allá de ideologías, de silgas, de colores, de partidos.
Por el bien del país y de cada una de las entidades, el
presidente debería dispensar el mismo trato que recibió, a cada uno de los
gobernadores de los Estados. No ha sido así. Cuando se sintió amenazado por el
buleador, volteó hacia el interior del país a ver quién le ‘hacia esquina’ con
el bravucón, y nadie le dijo que no, pero cuando se sintió a salvo volvió a
voltear hacia adentro, pero no ha correspondido con la misma moneda a las
autoridades locales en los estados y municipios.
Insisto, por la investidura que representan –más allá de
las personas que la ostenten en el momento- debiera prevalecer un respeto
irrestricto mínimo sobre todo entre los diferentes niveles de gobierno. Porque
el respeto es una carreta de dos vías, de ida y de vuelta, y como decían en mi
pueblo: el que se ríe se lleva, y el que se lleva se aguanta. Por el bien de
México y de todos los mexicanos, que no lleguemos a esos límites.
@JulianParraIba
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