No disparen,
somos periodistas
Julián
Parra Ibarra
Aún
en los conflictos bélicos más sangrientos y atroces, en las grandes guerras que
han provocado cientos, millares de muertos, existen reglas y normas que en la
mayoría de los casos se respetan. Como el hecho de permitir libremente realizar
su trabajo a socorristas de la Cruz Roja, de la Luna Roja y otros afines, a fin
de levantar y atender a los heridos en combate; también a los periodistas para
que lleven a cabo su labor informativa.
Con
distintivos que muchas veces son improvisadas banderas blancas, los periodistas
logran que se les identifique y, más recientemente algunos hasta portan
playeras o pancartas con leyendas como ‘Prensa, no disparen’ o ‘No disparen,
somos periodistas’ que, aunque parezca poco creíble, son respetados casi
siempre por ejércitos combatientes, sean estos oficiales o de grupos rebeldes.
En
México sin embargo en la última década, los periodistas lejos de ser respetados
para poder realizar nuestro trabajo, nos hemos convertido en el blanco
preferido de los grupos delincuenciales, pero también de gobernantes de todos
los niveles, no por nada el nuestro es uno de los países más peligrosos para
ejercer el periodismo.
Es la
eterna lucha de la espada contra la pluma, que es ésta última la única arma que
solemos blandir los periodistas. Hemos transitado del ‘no pago para que me
peguen’ al ‘yo sé que ustedes no aplauden’, hasta el ‘si se pasan ya saben lo
que les pasa’, hasta rematar con un te lo digo Juan para que lo entiendas
Pedro, disfrazando una frase de Gustavo A. Madero en los tiempos de la
revolución: ‘Le muerden la mano a quien les quitó el bozal’. Parafraseando para
que no parezca insulto o amenaza.
Los periodistas
ni somos perros ni hay un mesías que vino a liberarnos de nada. Los espacios y
el camino que hemos avanzado no nos lo ha regalado nadie como graciosa
concesión, lo hemos ganado a puro pulmón, nos ha costado vidas, muchas vidas,
por lo que nada tenemos que agradecer a falsos mesías.
En
México se puede ser narcotraficante, asesino, líder de cárteles y
organizaciones criminales sanguinarias, y se le otorgan abrazos, no balazos; se
puede ser gobernante nadando en los excesos de la corrupción, y asumir una
actitud cínica y desvergonzada, y va a contar con la simpatía y hasta
protección de quienes se rompen las vestiduras gritando a cielo abierto que no
son como los de antes, que no los comparen porque ‘eso sí calienta’.
Pero
no seas periodista porque toda la furia del estado es descargada de manera
implacable, por el simple hecho de retratar la realidad. Ahora resulta que tras
lo ocurrido el 17 de octubre en Culiacán, los malditos son los de la prensa,
los periodistas, los reporteros, cuando no se dan cuenta que de entonces a la
fecha y con ese tema, el gobierno se ha venido moviendo en tierras pantanosas,
y que mientras más se mueven, más se hunden. Si se me permite el término, a ver
si no se les ‘ayotizapisa’
¿Era
necesario cambiar de versiones de los hechos tantas veces como si se cambiaran
de calcetines? ¿Era necesario exhibir como lo hicieron con nuestro Ejército, y
sobre todo de quien se supone que es su Comandante Supremo? ¿Era necesario
enredar de tal forma las cosas para luego mandar a dar una explicación al
general Secretario de la Defensa Nacional, tan detallada como innecesaria? Calladitos
se hubieran visto más bonitos.
En
este mismo espacio, lo he mencionado en varias ocasiones, que el respeto de una
carretera de dos vías, es decir, de ida y vuelta, y alguien que no respete, no
puede esperar ser respetado. Y aquí la carretera no es más que de una sola vía:
o piensas como yo y dices lo que yo quiero que se diga, o te mando a la hoguera
y te promuevo un linchamiento. En ese sentido, vamos como los cangrejos.
Con
el 10 por ciento de la virulencia enderezada contra los periodistas, si la
hubiera dirigido contra el Cártel de Sinaloa el 17 de octubre en Culiacán, los
hubiera doblegado, los hubiera dejado postrados como el grupo de delincuentes
al final del día colocó a las fuerzas federales, al gobierno federal.
Esta
historia me hace recordar a los ‘machitos’ de barrio que son unos ejerciendo
violencia física contra las mujeres de su familia pero que, si un tipo en la
calle los agrede, se quedan callados; son incapaces de provocar a quien saben
que les va a responder, y que además los va a derrotar.
Como
en Culiacán se enfrentaron con quienes supieron responder de manera violenta,
ahí mejor bajaron los brazos con el argumento de que fue una decisión humanista
para evitar una masacre. Pero a los periodistas, como nada más llegan armados
con la pluma, a esos sí hay que aplastarlos, y vencerlos. Es la eterna lucha de
la espada contra la pluma.
De
este lado no se portan armas, se trabaja con el intelecto. Ya basta, no
disparen, somos periodistas.
@JulianParraIba
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